En la
Biblia, queda registrada esta situación, cuando el apóstol Pablo, en 1 Corintios 13:
11; establece la diferencia existente entre el modo de hablar, juzgar y pensar de un adulto comparada con la de un niño.
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las
cosas de niño”
Normalmente,
los niños menores de 7 años tienen la tendencia a confundir la realidad con la fantasía. De ahí que sus juegos parecen tan
ciertamente reales. En esta edad, cuando un niño se acerca a nosotros y nos dice "Por favor
límpiame la cara que me quedó llena de barro luego del combate en el que estuve...", nos está invitando
a participar de su fantasía y no está intencionalmente queriendo engañarnos.
Este tipo de
"mentira" es inocente, sin premeditación y sobre todo sin querer conseguir ningún
beneficio con ello.
A partir de
los 7 años, aproximadamente, el niño empieza a tener mayor conciencia de su realidad y se da cuenta que a veces falseando
la verdad puede conseguir ciertos beneficios personales.
Por ejemplo,
el niño que asegura haber comprado un dulce con una moneda que se encontró en
la calle, cuando en realidad la sustrajo del monedero de la mamá...
Padres y
maestros se preocupan ante este segundo tipo de mentira en el niño,
pues es el
que mayormente acarrea problemas posteriores. Ello no significa que aún desde temprana
edad, expliquemos a nuestros niños que mentir no los llevara a ningún resultado
feliz si no que les ocurrirá todo lo
contrario.
La palabra
de Dios es clara al respecto, en Efesios 4:25.
“Por lo tanto,
dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos
somos miembros de un mismo cuerpo.”
¿PORQUÉ
MIENTE EL NIÑO?
Queda claro,
entonces, que en niños pequeños la mentira se da como parte de su juego, como viviendo su fantasía en la realidad.
Cuando el
niño mayorcito miente, puede ser por diversas razones:
- Como imitación al padre o a la madre que miente: Los niños, dicen, son como esponjas que absorben todo. Si ellos observan y viven la mentira de manera cotidiana, aprenden a hacerlo como algo normal y cotidiano. Es el caso del niño que escucha a su madre negarse al teléfono "dile que no estoy..."
- Por miedo: Suele ser la causa más común de la mentira en los niños, quienes por temor a la desaprobación o al castigo por parte de la madre o del padre, se ven llevados a falsear la verdad. Si el niño sabe que, por ejemplo, al llevar una nota mala del colegio, su mamá se va a enojar y va a maltratarlo, seguramente dirá que no le han entregado sus calificaciones aún...
- Ante la exigencia: Cuando le exigimos mucho al niño, esperando de él, a veces más de lo que esperamos de nosotros mismos, el niño tiende a hacernos creer que está al nivel de nuestras expectativas, y miente para no defraudarnos.
El que miente es porque lo necesita. Con la
mentira, el niño nos está diciendo "AUXILIO".
¿CUÁNDO
PREOCUPARSE?
Cuando la
mentira es surgida de la fantasía, normalmente con la madurez del niño, ésta
desaparece.
Cuando se
trata de mentira propiamente dicha, tendríamos que preocuparnos si es
recurrente o si se presenta como:
- Mentira patológica: La famosa "mitomanía" que surge del niño que intenta persuadir y convencer a los demás de la realidad de sus relatos. Esta es la mentira que se vuelve habitual, una forma normal de reaccionar en el niño.
- Mentira neurótica: Surge como producto de un nivel elevado de ansiedad en el niño o del temor en general. Por ejemplo el caso del niño que habitualmente miente acusando a sus profesores de mal trato para ocultar su rechazo escolar.
Lo primero
que tenemos que hacer como padres es determinar qué tipo de mentira es con la que estamos lidiando y, sobre todo, qué
la está motivando. Si no sabemos cuál es la causa de ese "auxilio" desesperado en el
niño, corremos el riesgo de equivocarnos en la intervención.
La actitud
que tengamos va a ser determinante. Será necesario:
- Reaccionar con calma aunque con severidad.
- Felicitar o premiar al niño que confiesa la verdad.
- Favorecer un ambiente de confianza, en la que el niño se anime a contar sus travesuras y sus errores. Que no sienta que cada vez que habla, hay consecuencias drásticas.
- Estar alertas. Por mucho que amemos a nuestros hijos, tenemos que aceptar que a veces fallan, que no son perfectos e ideales como los hemos imaginado.
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