septiembre 24, 2012

Como un niño...

Todos los que hemos creído en Cristo sabemos que ha habido un cambio en nuestras vidas. Día a día hemos escuchado innumerables historias sobre grandes triunfos en la vida de muchos hombres y mujeres. Nos han dicho que somos más que vencedores, que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, que tenemos comunión con Dios, que fuimos creados con un propósito específico… y muchas cosas más. Lo cierto es que en varias ocasiones nos miramos, y vemos nuestra vida sin algún cambio aparente, sin victoria, sin oportunidades… y sin saber quien es Él. ¿Por qué es que no experimentamos lo mejor, si es que ya estamos en la relación correcta, la relación con Dios? Quizá nos convendría volver a las palabras del Maestro, en aquella ocasión cuando dijo que el que no recibiera el reino de Dios como un niño, no entraría en él (Mr. 10:13-16). Estas palabras van mucho más allá del significado de la salvación: Jesús nos está mostrando el camino hacia la vida en el Reino.
Pero, ¿qué quiso decir con eso de que debíamos ser como un niño? Después de todo, sabemos que los niños son egoístas, que no consideran las consecuencias de sus actos, que sólo piden, que son berrinchudos… en fin. ¿Acaso es esto lo que nos está pidiendo Jesús? ¿O quizá Jesús está hablando de la inocencia de los niños? Es posible, aunque creo que no es todo. Pienso que lo que el gran Maestro está diciendo es que debemos confiar en Dios como un niño confía en su padre. Debemos depender de Él como un niño lo hace en su familia, sin dudar. ¿O acaso será que los niños en su hogar, cuando se van a dormir, se acuestan pensando en que hará el día de mañana para conseguir comida? O pensarán: “Quiero mucho a mi papá, y me gusta estar con él… pero creo que debo cuidarme, porque tal vez mañana no me quiera!” Yo nunca he visto a un bebé guardar su papilla, pensando que tal vez después no tendrá que comer. Y pienso que simplemente es porque confían, porque están en total dependencia de sus padres, sabiendo que, de alguna forma, el día de mañana también estarán ahí. Pero ¡Qué difícil es mostrar esa dependencia ante Dios, especialmente cuando la situación es adversa! Quizá por eso el pueblo de Israel no pudo confiar en Dios en el desierto, e intentaron guardar el maná para el día siguiente (mostrando que dudaban de la provisión divina), aún cuando el Señor se los prohibió. Quizá por eso es que Naamán no fue curado sino hasta creyó lo que Dios le decía, que con sólo lavarse, con agua común, sería sano. O como aquél joven que se fue triste cuando Jesús le dijo que, para entrar en la vida del reino, debía deshacerse de su ambición, dejar de confiar en sus riquezas y depender completamente de Dios… Como los niños a los que acababa de bendecir (Mt. 19:13-30)
Talentos, habilidades, riquezas, dones, carisma, tiempo de ser cristiano, conocimiento… todo nos estorba por igual cuando confiamos más en ellos que en Dios. Él nos invita a ser como niños y depender de su mano en todo, sin dudar, sin hacer caso a nuestra lógica, haciendo todo lo que nos pide, y que creamos cada palabra que nos dice, como lo hace un niño con su papá. Cuando nosotros hacemos esto, mostramos que confiamos en Dios, que creemos que no importa como nos haya ido antes, el día de mañana también Él estará ahí. Cuando hacemos esto, mostramos nuestro verdadero carácter. Cuando hacemos esto, le honramos, y le decimos que queremos conocerle más. Cuando hacemos esto, en verdad estamos listos para vivir la vida del Reino.